LA HISTORIA ES ESQUIVA A LA RAZON DE LOS HOMBRES

LA VERDAD PURA Y SIMPLE, RARA VEZ ES PURA Y NUNCA ES SIMPLE

viernes, 19 de noviembre de 2010

EL MOVIMIENTO OBRERO

1.LOS CAMBIOS SOCIALES: LA SOCIEDAD INDUSTRIAL

El paso de las sociedades preindustriales, o de Antiguo Régimen a la era de la industrialización provocó cambios en los modos de vida: en la organización del trabajo; en la distribución de los seres humanos en el espacio (éxodo rural y urbanización); y en la organización social de la pro¬ducción (patronos-obreros). Sin embargo, el binomio bur¬guesía-proletariado como expresión de la nueva sociedad de la industrialización resulta hoy en día una visión muy simplista de la realidad social del siglo XIX.
Ciertamente, a mediados del siglo XIX. con el triunfo del liberalismo y de la industrialización se desman¬telaron, en la mayor parte de Europa, las viejas estructuras políticas y sociales del Antiguo Régimen. Desapareció la vie¬ja sociedad estamental basada en el privilegio, siendo susti¬tuida por una nueva sociedad capitalista en la que la riqueza iba a ser el criterio principal de diferenciación social. Desde ahora, el talento, la capacidad y el trabajo medidos en tér¬minos de riqueza, como preconizaba el liberalismo, se con¬virtió en el principio de la movilidad social. Pero ello no entrañó de forma inmediata un cambio radical en la élites del poder y del dinero. La figura del burgués emprendedor, del gran empresario de la industria y de la Banca no cons¬tituiría, de forma exclusiva, la figura dominante de la socie¬dad liberal e industrial.
Las nuevas élites del siglo XIX y principios del siglo XX no se reducen a esa categoría social. En toda Europa la vieja nobleza perdió su hegemonía política y económica pero mantuvo parte de su riqueza, basada en la propiedad de la tierra y en su influencia política en los aparatos del poder del Estado liberal (ejército, diploma¬cia, etc.). Ahora, las nuevas élites europeas se nutrían tanto de las viejas noblezas terratenientes como de los grandes hombres de negocios cuyas fortunas provenían del comer¬cio, las finanzas; y, en menor medida, de los empresarios de la industria; y también de unas heterogéneas clases medias de fabricantes, comerciantes, individuos prove¬nientes de las profesiones liberales y funcionarios, cada vez más amplias y con un peso decisivo en la consolida¬ción del sistema liberal.
¬De igual modo, tampoco se sostiene la otra imagen tradicional de un proletaria¬do como grupo social dominante en el seno de las clases trabajadoras en el siglo XIX. De hecho, entre 1850 y 1870 los asalariados de las fábricas eran un sec¬tor minoritario. Hemos de tener en cuenta que en Gran Bretaña, hasta las déca¬das de 1830 y 1840, todavía era importante la manufactura doméstica, y en el cam¬po inglés, hasta su mecanización, a partir de la década de 1830, las transformaciones agrarias requirieron de una importante masa de trabajadores asalariados. Por otro lado, los artesanos y los pequeños comerciantes en Gran Bretaña, Bélgica, Francia o Alemania se resistieron a la proletarización. El proletariado de la gran fábrica empezó crecer en el último tercio del siglo pero a fines del siglo XIX no era todavía la categoría social dominante en el conjunto de las clases trabajadoras.

2. LAS CONDICIONES DE VIDA DE LAS CLASES TRABAJADORAS

En Gran Bretaña a comienzos del siglo XX y en otros países europeos como Bélgica, Francia y Alemania, a partir de 1850-1870, paralelamente a las transformaciones econó¬micas de la revolución industrial, se producen importan¬tes cambios sociales. Una de las de las consecuencias básicas de la revolución industrial fue el paso del sistema de producción de la manufactura al de la industria meca¬nizada. Con la introducción de la máquina, el proceso pro¬ductivo se transforma pasando del artesanado (el trabaja¬dor es propietario de los medios de producción y el proceso productivo empieza y acaba con él) al obrero asa¬lariado (no es dueño de los medios de producción sino una "pieza" más en el proceso de producción, gracias a la división social del trabajo).
La premisa del liberalismo económico que esta¬blecía las relaciones laborales al margen del Estado y sus leyes, colocaba al obrero en clara situación de desventa¬ja con respecto al patrono, que era quien fijaba el hora¬rio de trabajo, el salario, el despido, etc. Se configuraba así, desde el primer momento, una situación desigual cuyas consecuencias sobre las clases trabajadoras eran evidentes.

Son numerosos los informes, libros y folletos que denuncian ya desde fines del siglo XVIII, dicha situación. En ellos se constatan los males que comportaba para la pobla¬ción obrera la industrialización y el proceso de explota¬ción capitalista al que se veían sometidos por la ausencia de leyes que les protegiesen. Destaca sobremanera el abu¬so que se hacía del trabajo de los niños y de las muje¬res. Ya en 1796, William Pitt (dirigente del gobierno britá¬nico) se mostraba partidario del trabajo de los niños, cuyo horario laboral oscilaba entre las 14 y 16 horas diarias, a lo que se añade la disciplina y la dureza con que eran tra¬tados por sus patronos. En los demás países que se indus¬trializan más tarde, el panorama no era muy diferente. La situación de la clase obrera en Francia es uno de los cla¬ros precedentes de las revoluciones de 1830 y 1848.
Otra de las consecuencias inherentes a la indus¬trialización fue el gran trasvase de población de las zonas rurales a las urbanas, lugares de asentamiento de la nacien¬te industria moderna. Este crecimiento urbano dio lugar a cambios esenciales en la estructura de la ciudades que se convierten en el símbolo del capitalismo. Durante parte del siglo XIX, las familias obreras, por lo general, habitaban hacinadas en sótanos y chabolas sin las más mínimas condiciones sanitarias. El carácter de estas ciuda¬des industriales, cuando todavía no existía una neta sepa¬ración de barrios burgueses y obreros, era inquietante. La policía consideraba a estos trabajadores "grupos peligro¬sos" a los que había que reprimir.
Esta situación guardaba estrecha relación con el nivel "moral", como lo llamaban los contemporáneos, del pro¬letariado y de su carencia de educación. Esta necesidad de la educación de las masas trabajadoras era más eviden¬te por el contraste que ofrecían con los comerciantes e industriales que se habían formado en las universidades. En
1807, un proyecto de ley presentado al Parlamento britá¬nico para crear escuelas primarias, fue rechazado por la Cámara de los Lores, con el pretexto de que era peligro¬so fomentar la educación de los pobres, lo cual les llevaría a despreciar su condición y a reflexionar sobre su situa¬ción. En otros países, la mayor preocupación por la educa¬ción dio algunos resultados, aunque en Francia a comien¬zos del siglo XIX, de 25 millones de habitantes sólo 10 millones sabían leer y escribir.
Estas condiciones descritas, comunes a la mayor parte de los países y de las fábri¬cas, hizo que se extendiera la toma de conciencia ante los abusos a que llevaba el liberalismo económico. Ya en 1796 se solicitaba en Gran Bretaña una legislación laboral, lo que dio como resultado la Ley de Fábricas de 1802 que obligaba a los patronos a adoptar medidas en favor de la higiene (talleres aireados) y condiciones de trabajo (jornada laboral de 12 horas), sobre todo para los niños, a los que se tenía que instruir. Esta ley no se aplicó, aunque fue el precedente de una legislación laboral. No fue hasta 1832 cuando, la Ley de Fábricas que sólo se refería a la indus¬trial textil, redujo el trabajo de los niños menores de trece años a nueve horas y prohibió el trabajo nocturno a los menores de 18 años. El sentido de la ley y la ins¬pección creada para su cumplimiento levantaron la oposición de los industriales.
En Francia, área alemana y Estados Unidos, y de forma paralela a su desa¬rrollo industrial, no se aprobarían legislaciones para mitigar la situación de la cla¬se obrera hasta los años cuarenta del siglo XIX. Aun así, en los decenios centra¬les del siglo XIX, las condiciones sociales de las clases trabajadores no experimentaron sensibles mejoras.

3. LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO OBRERO BRITÁNICO: DEL LUDISMO AL CARTISMO

A. LOS MOVIMIENTOS LUDITAS O MECANOCLASTAS

La toma de conciencia de la clase obrera comen¬zó pronto y por diversas razones. Destacó el temor a los efectos que la mecanización producía: paro y competencia. Ello dio lugar a movimientos mecanoclastas (destruc¬ción de maquinas) cuyos precedentes se remontan al siglo XVII.
Estas primeras reacciones, consideradas por las autori¬dades como "un asunto de obreros manuales analfabetos" tenían dos objetivos: oponerse a la introducción de maquinaria, sobre todo la que 'permitía ahorrar trabajo y, al mismo tiempo, era un medio normal de presión sobre los patronos para obtener determinadas reivindicaciones; y, en estos casos, se dirigía también contra la materia pri¬ma, los productos terminados o la propiedad privada de los patronos. Tanto las proclamas como los ataques a las máquinas y a sus propietarios aparecían firmadas por un tal "general Ludd", un personaje mítico, de ahí que en Gran Bretaña recibiesen el nombre de luditas.
El movimiento ludita destaca por su alto grado de organización y por un carácter insurreccional que estuvo próximo a objetivos revolucionarios de mayor envergadu¬ra. Los luditas pretendían no sólo imponer condiciones favorables para los trabajadores sino que fue el primer movimiento de resistencia contra un orden social, el capi¬talista, que imponía un proceso de proletarización. Abarcó buena parte del siglo XVIII y se prolongaría hasta los años 1830. El movimiento ludita aglutinó a trabajadores manua¬les de la manufacturas, a los asalariados del putting out sys¬tem, a campesinos asalariados y a pequeños productores independientes.

En Gran Bretaña, estas acciones que, a menudo, deri¬vaban en la destrucción de las máquinas, y dejaban sin trabajo a los obreros o producían la baja de los salarios, se intensificaron en el siglo XVIII y alcanzaron su punto cul¬minante entre 1811 y 181 2 con la destrucción de miles de telares movidos a vapor, lo que dio lugar a enfrenta¬mientos con el ejército y a un endurecimiento de la legis¬lación que castigaba las destrucción de las máquinas con la pena de muerte.
Esta reacción violenta se explica por los graves proble¬mas de las clases trabajadores a comienzos del siglo XIX: paro, miseria, alza de los precios y una legislación que influida por el liberalismo económico, les negaba el dere¬cho de mejorar sus condiciones de vida y a asociarse.
También en el continente europeo hubo manifesta¬ciones de resistencia de los trabajadores a la introducción de la máquinas.
En Francia, coincidiendo con la crisis de 1817-1821 y 1830-1832, los trabajadores del textil y de otros oficios (impresores, metalúrgicos) protagonizan acciones muy simi¬lares como fueron las destrucciones de jennies por los teje¬dores del Norte (Normandía), culminando con la insurrec¬ción de los tejedores de seda (los canuts) de Lyon en 1831.
En España destacan el motín de tejedores y artesanos de Alcoy en 1821, que derivó en destrucción de máquinas de hilar de cardar y destrucción de selfactinas; y el incen¬dio de la fábrica El Vapor de Bonaplata y Compañía en Bar¬celona en 1835.

B. LAS PRIMERAS ASOCIACIONES SINDICALES

Mientras el Estado permanecía al margen de estas nuevas relaciones patronos-obreros, sí se preocupaba por el control de los obreros e impedía el asociacionismo. En Francia la Ley Le Chapelier (1791), base de las nuevas relaciones labora¬les en las primeras décadas del siglo XIX, establecía que el contrato de trabajo no podía ser más que el contrato de individuo a individuo, o sea, de patrono a obrero.
En situación desigual, los obreros eran las víctimas de ese concepto absoluto de la libertad teórica, entendida así por la burguesía. En Gran Bretaña, el ministro William Pitt lograba del Parlamento la aprobación de la Anti-Combi¬nation Act en 1800 que prohibía y castigaba cualquier tipo de asociación de trabajadores. La tendencia a reprimir todo tipo de asociación será una constante en la Gran Bretaña del primer cuarto del siglo XIX
A pesar de ello, artesanos y obreros formaron asocia¬ciones y realizaron manifestaciones opuestas al rey y a su ministro Pitt. De forma paralela a las reivindicaciones labo¬rales, se inició la lucha por planteamientos político-socia¬les (petición de reforma electoral). Así sucedió en 1819 con las manifestaciones de Manchester que fueron reprimi¬das con dureza (matanza de Peterloo).
Finalmente, la campaña por la libertad de asociación iniciada por el sastre Francis Place condujo, en 1824, a la abolición de las Anti-Combinations Laws que prohibían las asociaciones obre¬ras. En Alemania y en Francia el derecho de asociación no se conquistaría hasta 1881 y 1884, respectivamente.
Ello permitió el primer impulso del asociacionismo obrero británico a través de dos caminos: uno la creación de sindicatos por oficios (Trade Un;ons) cuyos obje¬tivos sólo eran conseguir mejorar las condiciones de trabajo; y otro, la formación de cooperativas con el propósito de cambiar el sistema de producción, suprimien¬do la economía capitalista (basada en la explotación y el beneficio) por otro basado en la cooperación de todos los productores. Ambas tendencias carecieron de accio¬nes políticas prácticas.
Así, entre 1824-1832 se crean las primeras asociaciones obreras cuyas características eran la fragmentación por oficios. Se trataba de sociedades de ayuda mutua cuya finalidad era crear fondos con las cotizaciones de los mutualistas para atender las pensiones de orfandad o las subvenciones en caso de huelga. Tuvieron un carácter cooperativo y estaban formadas por trabajadores cualificados.

C. EL SINDICALISMO-UNIONISMO

Desde 1829 a 1832 se inicia una nueva dinámica, supe¬rándose las divisiones y uniones por oficios. Destacan dos líderes, uno de las Trade Unions o sindicatos por oficios y otro del cooperativismo. Fueron Doherty, el típico obrero sindicalista, y Robert Owen, que fue primero obrero y luego empresario. El primero creó la Asociación General de Oficios Unidos para la Protección del Trabajo, que llegó a tener 100.000 afiliados. Aunque de vida efímera -fue disuelta en
1832 por el gobierno bajo la presión de los patronos¬ constituye el primer ensayo del movimiento obrero. Por su parte Robert Owen fundó, en 1834, el Gran Sindicato Nacional Consolidado con la idea de agrupar a las Trade Unións y a la clase obrera para conquistar pacíficamente el poder. Fracasaría al año siguiente, a consecuencia de las disensiones internas y la persecución policial.
En 1834 se llevó a cabo, gracias a la acción conjunta de Doherty y Owen, una huelga general que reivindicó la jornada laboral de 8 horas. El gobierno británico se vio obligado a la concesión de las 13 horas como límite de la jornada laboral diaria pero esta medida fue seguida de una fuerte represión. Se restringieron las asociaciones obreras que no podían ser generales sino otra vez por oficios. Ade¬más, el patrono podía despedir a cualquier obrero sindica¬do. Las consecuencias fueron una serie de huelgas violen¬tas en 1835 que agotaron al movimiento, al ser encarcelados sus principales líderes.

D. EL CARTISMO

Se puede afirmar que el movimiento cartista se benefició de los primeros fracasos del sindicalismo. De otro lado, la continuación de las reivindicaciones obreras, las malas con¬diciones de trabajo en las fábricas, el escaso poder adquisiti¬vo de los salarios, el desencanto por la reforma electoral de 1832 así como la Ley de Pobres de 1832 que imponía el trabajo obligatorio en las work-houses impulsó a los obreros a considerar que el reducir sus acciones a reivindicaciones económicas no les llevaría lejos. Por ello se volvió la aten¬ción al tema del derecho al sufragio universal masculino.
En efecto, en 1836 W. Lovett creo la Londoneer Working Men's Association, constituida por respetables artesanos. El propio Lovett y Francis Place redactaron dos años más tar¬de, en 1838, La Carta del Pueblo (People's Charter), docu¬mento básico en la historia del movimiento obrero inglés. Esta "Carta" llegó a ser el grito general de los reformadores radicales. El programa cartista se reducía a cuestiones políticas: sufragio universal masculino, supresión del requisi¬to de ser propietario para ser diputado; distritos electorales iguales (denuncia del sistema electoral denominado despec¬tivamente "burgos podridos"), voto secreto, renovación anual del Parlamento y pago de dietas a los diputados. Pero en sus seis puntos subyacían motivos económicos y socia¬les. Por primera vez se unía la petición de una democracia política y social. Los hombres que redactaron la "Carta" eran socialistas partidarios del cooperativismo owenista.
Sin embargo, en el movimiento cartista hubo posturas ideológicas muy contrapuestas: desde sindicalistas y cooperativistas owenistas a socialistas y radicales. En defi¬nitiva, el cartismo se caracteriza por:
.a. La línea principal cartista fue política. Pretendían sufragio universal masculino para promover los cambios socioeconómicos que mejorasen las condiciones de vida y de trabajo de los obreros.
.b. Fue un movimiento aglutinador de tendencias socialistas y demócratas. Pero no fue un movimiento unitario ni en sus formas de acción: había dirigentes parti¬darios de la presión política pacífica y otros de la huelga y de las acciones violentas; ni en su base social: militaron en él miembros de la pequeña burguesía radical, trabajadores manuales de los oficios tradicionales y obreros de las nue¬vas industrias y de la minería.
En sus inicios (1838-1839) redactaron la llamada Carta del Pueblo que fue enviada al Parlamento donde halló su completo rechazo en varias ocasiones (1838, 1842 Y 1848). Más tarde, bajo el influjo de las revoluciones de 1848, los cartistas enviaron de nuevo la Carta al Parlamento y orga¬nizaron una gran manifestación en Kennington Common.
El cartismo desaparecería sin lograr prácticamente ninguno de sus objetivos. sal¬vo la ley de 1847 que limitaba la jornada laboral a 10 horas. Pero demostró la capa¬cidad de amplias masas de obreros para organizarse y movilizarse. vislumbrando la posibilidad de mejorar las condiciones de la clase obrera por la vía democrática y parlamentaria. El fracaso del cartismo condujo. de forma definitiva al movimiento sindical británico. hacia los métodos pacíficos y la negociación para la consecución de mejoras sociolaborales. Las nuevas Trade Unions (1868) crearon un Comité Par¬lamentario para impulsar la entrada de sus representantes en la Cámara de los Comunes y conseguir la aprobación de leyes beneficiosas para la clase obrera.


-4. LOS ORÍGENES DEL SOCIALISMO

A. EL SOCIALISMO UTÓPICO*

Desde el punto de vista ideológico, la respuesta a los abu¬sos del capitalismo industrial y a la indefensión de los obreros frente a sus patronos, dio lugar al desarrollo de las primeras teorías sociales que intentaban dar soluciones a esa situación.
Nacen así los primeros socialistas, más tarde denomi¬nados "utópicos" que fueron, principalmente, en Francia, Saint-Simon, Fourier, Proudhon, y en Gran Bretaña, Owen. Éstos denunciaron la explotación y la miseria que sufrían los obreros y obreras; criticaban al sistema capitalista, basado en la propiedad privada, la competitividad y el ansia ilimitada del beneficio; planteaban sustituirlo por sistemas de organiza¬ción social y de la producción realizados de forma colectiva y cuyas rentas estuviesen igualitariamente repartidas; y, por último, confiaban en que la tarea de reformar la sociedad capitalista y eliminar sus males (explotación, miseria, degra¬dación moral) podía realizarse pacíficamente, sin necesidad de una revolución o lucha de clases que enfrentase violenta¬mente a obreros y capitalistas. Pero, entre otras cosas dis¬crepaban en cuanto a la forma ideal de organización de la sociedad, la propiedad privada y el papel del Estado.

B. SOCIALISTAS UTÓPICOS

Uno de los primeros fue el conde de Saint-Simon (1760-1825), un noble ilustrado partidario de la supresión del Antiguo Régimen. Elaboró en una de sus obras, "Catecis¬mo político de los industriales" (1819), un socialismo industrial. Para Saint-Simon la sociedad ideal sería aquella en la que se eliminase la injusticia y la división de la sociedad en "traba¬jadores" (burguesía, campesinos, artesanos y obreros) y "ociosos" (nobleza y clero) por una sociedad industrial en la que la tecnología estuviese al servicio de todos y gober¬nada por los más capaces, los magnates de la industria y los científicos. Estamos ante un socialismo de tipo productivista.

Charles Fourier (1772-1837), proveniente de una familia de la burguesía comercial, elaboró sus teorías que rechazaban la organización social existente, de la que resal¬ta los aspectos más inhumanos de la producción a gran escala y de la competencia. Como alternativa a la organi¬zación capitalista propone establecer una organización social más adecuada a la naturaleza del hombre y hacer desaparecer los males de la sociedad industrial. Esa nueva forma de organización social son los falansterios. Se trata de pequeñas comunidades (entre 1.500 y 2.000 personas) que se crearían por la acción voluntaria; en las que cada trabajador aportaría un mínimo de capital y realizaría aquel trabajo más adecuado a su carácter; y en las que se traba¬jaría en armonía mutua, eliminándose el beneficio y la com¬petencia. Estas comunidades se basarían, sobre todo, en el trabajo agrícola que Fourier consideraba como la principal y la más natural ocupación de los hombres, lo cual impli¬caba un rechazo completo a la sociedad industrial. Aunque la influencia de Fourier fue escasa, algunos de sus discípu¬los como Cabet fundaron este tipo de cooperativas.
Robert Owen (1771-1858) es uno de los pocos socialistas utópicos británicos. Influido por los problemas de la sociedad industrial -él mismo fue propietario de una fábrica, la New Lanark- al contrario que Fourier no pensa¬ba en la vuelta a una sociedad preindustrial reformada. En Owen se distinguen dos etapas. Una filantrópico (1813) en la que intenta convertir su propia empresa la New Lanark en una fábrica-modelo (reducción de la jornada laboral, creación de escuelas y de cooperativas de consumo), con¬fiando en que otros empresarios adoptarían medidas simi¬lares. Otra cooperativista (1831-1844) en la que rechaza totalmente el sistema capitalista y propone la creación de "comunidades o colonias agrícolas e industriales" que reemplazarían sin violencia las estructuras existentes. En estas colonias el trabajo estaría igualitariamente repartido, no habría salarios en forma de moneda sino en bonos-tra¬bajo y tanto la producción como el consumo estaría socia¬lizado. Owen intentó organizar en Gran Bretaña esas coo¬perativas, esperando hallar apoyo en los empresarios y en el Estado. Decepcionado, marchó a Estados Unidos donde, en 1824, fundó una de esas cooperativas, la New Harmony, que terminó en fracaso. Owen destaca tanto por ser el inspirador del cooperativismo como por su notable papel de dirigente sindical en la etapa de 1830 a 1836.

Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) fue el primer socialista en llamarse a sí mismo anarquista y en expresar claramente su rechazo a cualquier forma estatis¬ta de gobierno. Concibe que, en la sociedad futura, el Esta¬do debe desaparecer y ser sustituido por dos nuevas for¬mas de organización: el mutualismo y el federalismo. La nueva sociedad deberá estar organizada en pequeñas unidades agrícolas y artesanales, basadas en la ayuda mutua y en la autogestión por los propios trabajadores (las "mutuas") que se asociarán o federarán libremente, haciendo desaparecer de esta manera el centralismo y el autoritarismo del Estado. Aunque en una de sus primeras obras ¿Qué es la pro¬piedad? (1840) respondía que "la propiedad es un robo",
Proudhon no se oponía totalmente a la propiedad privada en sí sino a la propiedad absoluta del capitalista que implicaba la negación de la existencia del interés social.
Proudhon contribuyó decisivamente al desarrollo de las ideas anarquistas. Su influjo fue enorme entre los obreros de París en las décadas de 1850 a 1860 y sus ideas tuvieron una gran influencia en la sección francesa de la Asociación Interna¬cional de Trabajadores.

5. LA CONSOLIDAClÓN DE LAS TEORIAS SOCIALISTAS

A. EL MARXISMO

Karl Marx (1818-1883) Y Friederich Engels (1820¬-1895) realizaron una aportación decisiva a la historia del pensamiento socialista. Con ellos culmina el socialismo del siglo XIX. El marxismo se encuentra estrechamente ligado a:
1.° La corriente filosófica idealista alemana, representada por Hegel, del que Marx adopta su método lógico, la dialéctica -el estudio del encadenamiento de las contradicciones que engendra la Historia-, para elaborar lo que el llamó él "materialismo dialéctico", cuyo principio de la contradicción constituye la fundamentación de la teoría de la lucha de clases como motor de la Historia.
2.° La obra de los teóricos del liberalismo econó¬mico (Adam Smith y David Ricardo), a los que Marx, en sus obras Crítica a la Economía Política (1859) y El Capital (1867), somete a crítica, exponiendo su tesis de que el sis¬tema capitalista, basado en la plusvalía* y la ley de acumula¬ción o concentración de capital*, agudiza la bipolarización y el antagonismo social entre la burguesía y el proletariado.
3.° Los llamados socialistas de transición (L. Blanc, A. Blanqui, Simone de Sismondi) quienes se separan de los utópicos al afirmar que la emancipación de los obreros sólo podía provenir de sus propios esfuerzos y que el pensamiento socialista debía proporcionarles no sólo una teoría revolucionaria sino también unos objetivos para alcanzar el poder.

Los conceptos fundamentales del marxismo son:
1.° La interpretación materialista de la Historia o materialismo histórico. Uno de los objetivos de Marx, a raíz de las revolucio¬nes de 1848, fue la investigación de las leyes que rigen la Historia. En el conjunto de sus obras, entre las que cabe citar: El Manifiesto Comunista (1848), Formaciones económi¬cas precapitalistas (1857-1858), Contribución a la crítica de la Economía Política (1859) y El Capital (1867), trata de elabo¬rar con detalle su filosofía de la Historia, el materialismo his¬tórico, en expresión de Engels.
Su concepción materialista de la Historia parte del principio según el cual la producción y el intercambio de los productos son la base de toda la ordenación de la sociedad.

. En toda sociedad que se presenta en la Historia (esclavista, feudal y capitalista), la producción y la distribu¬ción de los productos origina la división en clases sociales o capas sociales a tenor de cómo se produce (modo de producción) y del modo en que se distribuye o intercam¬bia lo que se produce (apropiación del excedente).
. Consiguientemente, la causa última de todo cambio social y de toda revolución política tiene que buscarse no en la mente de los hombres en su creciente conocimien¬to de la verdad o de la justicia eterna y absoluta, sino en la transformación del modo de producción; no debe buscar¬se en la filosofía sino en la economía.
2.° La teoría de la lucha de clases como motor histórico
Para Marx, la lucha de clases y la revolución son medios inseparables en la transformación del sistema capitalista en una sociedad sin clases. En la sociedad capitalista, entre ambas -burguesía y proletariado- existe un antagonismo derivado de la diferente apropiación del excedente. Ello origina un enfrentamiento entre la clase detentadora de los medios de producción (en el sistema capitalista, la bur¬guesía) y el proletariado que sólo posee la fuerza de su trabajo. Si en principio esta lucha es de tipo económico (mejora de condiciones de trabajo, salario, etc.), se trans¬forma en política a medida que la conciencia de clase entre el proletariado pone en evidencia que toda transformación de su status sólo puede realizarse mediante la conquista del Estado, órgano de la clase dominante.
3.° La teoría del Estado: de la dictadura del pro¬letariado a la sociedad comunista
En la sociedad industrial, cuyos protagonistas son la burguesía y el proletariado, la primera ha monopolizado todo el poder en sus manos tras la destrucción del siste¬ma feudal. Aunque el Estado sea democrático, no deja de ser -en opinión de Marx- un Estado de clase que sancio¬na y protege la propiedad privada, fuente de toda desi¬gualdad bajo el capitalismo. Así, pues, el Estado, como Esta¬do de clase, es un instrumento de opresión de la clase económicamente superior que impone su sistema de explotación sobre la clase obrera.
Marx sería el primer socialista que aceptase como inse¬parable de la emancipación total del proletariado una serie de condiciones básicas para la desaparición del Estado como instrumento de dominio de una clase sobre otra. Estas son:
a. La revolución social violenta o revolución total que produzca la destrucción del aparato político burgués.
b. El proletariado debe organizarse no sólo para luchar por las mejoras econó¬micas, sino también tiene que organizarse en un partido político independiente de los partidos burgueses, en el que los comunistas, por su conocimiento teórico-prác¬tico, constituyen la vanguardia, y se identifican con él.
c. El objetivo de ese partido será la conquista del Estado y a través de él, deten¬tándolo dictatorialmente (dictadura del proletariado) durante un período transito¬rio, emprender la vía socialista al comunismo (colectivización de los medios de pro¬ducción, sociedad sin clases clases y paulatina desaparición del Estado como instrumento de opresión).

B. EL ANARQUISMO*

A Guillermo Godwin (1756-1836) se le considera el primer teórico del anarquismo. En su Indagación acerca de la justicia política (1793) realiza una crítica contra toda forma de organización política. Para Godwin el hombre es innatamente bueno y sólo la sociedad corrompida por el Estado lo corrompe a su vez. Sus tres ideas más destaca¬bles fueron: su fe en el progreso, su confianza en la bondad innata del hombre y la hostilidad hacia el Estado.
Por su parte, Max Stirner (1806-1856) en su obra, El individuo y la propiedad, atacaba violentamente la moral burguesa, la religión, la propiedad y toda forma de organi¬zación política existente. Pero como ya se ha señalado, fue Proudhon quien negó tajantemente cualquier forma esta¬tista de gobierno, influyendo directamente en la figura más representativa del movimiento anarquista del siglo XIX, M. Bakunin, quien, no obstante, no compartía con Proudhon sus ideas sobre la propiedad.
Como el marxismo, el anarquismo rechaza total¬mente la sociedad capitalista, surgida de la industrializa¬ción y basada tanto en la propiedad privada como en la explotación sistemática de los trabajadores. Pretende destruir por la violencia este sistema y sustituirlo por una sociedad igualitaria. El anarquismo destaca por su exaltación de libertad del individuo, por ello puede entenderse esta ideología como un liberalismo llevado a sus últimas consecuencias, la completa libertad individual y la hostilidad hacia el Estado.
El anarquismo defiende la eliminación del Estado y de todas las instituciones que lo sustentan (el ejérci¬to, la Iglesia, la familia) por ser un instrumento de opresión de la clase dominante y sancionador de la explotación del trabajo por parte de las clases privilegiadas. Uno de los esló¬ganes clásicos del anarquismo fue "Ni Dios ni amo".

Rechaza tanto el Estado como la propiedad priva¬da y la herencia. Propugna la reorganización de la socie¬dad sobre el modelo ideal de organización social propuesto por Proudhon, el mutualismo y el federalismo; sin embargo las mutuas o comunas anarquistas se basarán en la supresión de la propiedad privada y de la heren¬cia, en la colectivización de todos los medios de producción y su autogestión por los propios trabajadores, así como en la libre federación de las comunas.
Para lograr esos objetivos e implantar una sociedad anar¬quista auténticamente libre, es partidario de la destrucción violenta del Estado mediante diversas estrategias que van desde la revolución violenta y espontánea a la acción direc¬ta o el terrorismo (la "propaganda por los hechos" como gustaba denominarla a los anarquistas) que consistía en aten¬tados dirigidos contra personas o instituciones estrechamen¬te ligadas al orden capitalista y burgués (asesinato del zar Ale¬jandro 11 en 1881, de Cánovas del Castillo en 1897, etc.).
El anarquismo del siglo XIX consideraba al campe¬sinado y a los sectores marginados de la sociedad como la fuerza revolucionaria por excelencia y no al proletariados industrial. De ahí su mayor arraigo en los países y regiones de la Europa centro-oriental y mediterránea básicamente agrarios y poco industrial izados. Rechaza la organización de los obreros en partidos políticos (apoliticismo) con vistas a la conquista del Estado y la implantación de "gobiernos revolucionarios" aunque sean provisionales. Piensa, en definitiva, que la revolución deben consistir en un proceso violento y destructivo que desde el primer momento debe tender a crear una sociedad nueva de hombres absolutamente libres, sin Estado, sin instituciones y organizados en comunas autónomas.

6. LA PRIMERA INTERNACIONAL DE TRABAJADORES

A. LOS ORÍGENES DE LA INTERNACIONAL

Tras las revoluciones de 1848 hubo un retroceso general de los derechos de los obreros, sobre todo en lo referente al derecho de sindicación y de huelga. Sólo en Gran Bretaña siguieron existiendo Uniones Sindicales (Tra¬de Unions), estrictamente profesionales, olvidando los plan¬teamientos revolucionarios.
A pesar de ello, en 1863, a raíz de la invitación de los obreros británicos, se constituyó en Londres un Comité y se elaboró un llamamiento en el que destacaba la necesi¬dad de organizar congresos que reuniesen a los obreros de todos los países para hacer un frente común de lucha contra los gobiernos y las prácticas del capitalismo (como la de la patronal británica que a menudo recurría a los obreros del continente para boicotear las huelgas de los tradeunionistas).
En 1864 se celebró en Londres la primera reunión en el St. Martin's Hall en la que se funda la Asociación Internacional de Trabajadores (A.I.T.), más conocida como la Internacional. Allí estuvieron representantes británicos y franceses, emigrados polacos, italianos, húnga¬ros y alemanes, entre ellos Marx, que aprobaron la crea¬ción de secciones obreras y la redacción de un proyecto de Estatutos de la Internacional.

B. LOS PRINCIPIOS RECTORES DE LA INTERNACIONAL

Marx fue el encargado de redactar el proyecto de esta¬tutos lo que explica que estuviesen claramente inspirados por él. Los estatutos defendían que la emancipación de la clase obrera debía ser obra exclusiva de los propios tra¬bajadores, independientemente de pactos con otros sec¬tores sociales; que la clase obrera no podía ser indiferen¬te a la conquista del poder político; que la emancipación de la clase obrera debía tener un alcance internacional para evitar los fracasos anteriores; y asimismo se proponía impulsar la fundación de partidos y sindicatos obreros.
Pero la influencia numérica de la Primera Inter¬nacional fue modesta. En su momento de apogeo, mientras que las Trade Unions británicas contaban con más de 800.000 afiliados, la AIT no tenía más de 50:000 en Gran Bretaña. Además su reclutamiento provenían más de los antiguos oficios que del textil o de la metalurgia. No se debe olvidar, también, que por esas fechas la implantación del capitalismo industrial era débil y escasa la capacidad organizativa del incipiente movimiento obrero.
La Primera Internacional creo dos órganos principa¬les: un Consejo General, órgano ejecutivo entre con¬greso y congreso, en el que estaban representados todas las secciones nacionales de la Internacional, y un Congre¬so, órgano máximo de decisión.

C. LOS CONFLICTOS INTERNOS EN LA INTERNACIONAL

Pero en el seno de la Internacional pronto surgieron conflictos ideológicos internos: por un lado la oposi¬ción entre Marx y los seguidores de Proudhon y, por otro, el largo y agrio debate entre Marx y Bakunin
Los proudhonianos que integraban gran parte de la delegación francesa, eran partidarios de la propiedad pri¬vada y de una evolución pacífica y progresiva muy alejada de la concepción revolucionaria del marxismo. Rechazaban la huelga para lograr una legislación laboral favorable a los trabajadores. En los primeros Congresos consiguieron imponer sus criterios. Pero desde los Congresos de Bru¬selas (1868) y Basilea (1869) triunfan los marxistas.
Precisamente, en el Congreso de Basilea (1869) hace su aparición un nuevo personaje, M. Bakunin. Éste había fundado en 1868 la Alianza Internacional para la demo¬cracia socialista que contaba con el apoyo de las secciones nacionales más numerosas de Italia, España, Suiza y Francia. Pidió la adhesión a la Internacional que a pesar de la oposición de Marx, se materializó en este año.
A partir de aquí y en los sucesivos Congresos, se desarrollaron encarnizados debates entre los dos grandes teóricos del movimiento obrero. Aunque tanto marxistas como bakuninistas o anarquistas pretendían un mismo objetivo (la revolución económica y social así como la instauración de una sociedad sin clases) sus pun¬tos de divergencia constituyen un abismo insalvable entre ambas ideologías. Estas diferencias son:

.a. Marx difiere claramente de Bakunin en su concepción del Estado. Para el primero el objetivo de la revolución social es la conquista del Estado por el proletariado mien¬tras que el segundo era partidario de la destrucción del Estado y de todas las instituciones que lo sostienen (ejér¬cito, Iglesia, etc.).
.b. Bakunin rechaza el principio marxista del establecimiento de una dictadura del proletariado o comunismo de Estado basado en un partido centralizado y discipli¬nado, mientras que propugna la abolición inmediata del Estado y la constitución de comunas libremente federadas e independientes.
c. Otra diferencia fundamental entre Marx y Bakunin es que mientras el primero piensa que la revolución servirá para los que ahora explotados se alcen con el poder, es decir, la revolución significará el triunfo de una clase y la derrota de otra, Bakunin cree que beneficiará a toda la Humanidad.

d. Las diferencias también se hacen patentes en cuanto a la organización de la Internacional. Bakunin era partidario de una organización descentralizada y se opo¬nía al dominio del Consejo General sobre las secciones obreras.
e. Por último, les separaban los métodos que la clase obrera debía adoptar para conseguir el triunfo revolucionario; se trata de la cuestión de la participación de los obreros en la vida política, lo cual defendían los marxistas y rechazaban los anar¬quistas partidarios del apoliticismo.

6. CRISIS Y DISOLUCIÓN DE LA INTERNACIONAL

A. LA COMUNA DE PARÍS

Las polémicas entre el anarquismo y el marxismo tras¬pasaron el marco de la Internacional y enfrentaron a los respectivos militantes en un acontecimiento histórico con¬creto: la Comuna de París de 1871.
La derrota francesa en Sedán en 1871 frente a los pru¬sianos, puso fin al Segundo Imperio francés. Al mismo tiempo el avance de las tropas alemanas que amenazaban con bombardear París, desató el levantamiento de la ciu¬dad y la formación de un gobierno provisional revolucio¬nario, la Comuna. La Comuna fue a la vez una reacción espontánea ante la derrota y una protesta contra la evolu¬ción socioeconómica de fines del Segundo Imperio.
Las pérdidas humanas en la guerra, la derrota militar, el anuncio de un armisticio con Alemania y la apresurada convocatoria de unas elecciones a la Asamblea Nacional, -sin apenas propaganda electoral, listas electorales fiables ni participación del electorado- que dieron la victoria a una opción conservadora- fueron los impopulares acon¬tecimientos que provocaron la insurrección parisina.
El levantamiento parisino fue propiciado además por la agitación política de blanquistas* internacionalistas, de los anarquistas y de los proudhonianos que conjunta¬mente, formaron un gobierno insurreccional alternativo, el Consejo General de la Comuna (diciembre de 1870 a mayo de 1871). Durante su breve gestión, la Comuna trató de poner en práctica un programa de gobierno radical: empresas dirigidas por los obreros, supresión de los alquileres y de las deudas de los pequeños y media¬nos empresarios, laicización de las escuelas, proyecto de enseñanza primaria gratuita y obligatoria, libertad de expresión total, etc.
Pero la Comuna fracasó ya que fue una experiencia urbana aislada que, pese a tener un cierto eco en ciudades como Lyon, Marsella o Saint Etienne, no logró captar al resto de Francia, lo cual favoreció la represión del ejército durante la llamada "Semana Sangrienta" que se convirtió en una auténtica guerra civil urbana (30.000 comunards muertos y otros 40.000 procesados).
Los acontecimientos de la Comuna fueron interpreta¬dos por los contemporáneos de modos muy diversos. La versión conservadora y burguesa consideró la Comuna como una explosión social que puso en peligro los intere¬ses de las "clases laboriosas". Marx, en su obra La guerra civil en Francia, consideró la Comuna como el primer intento de crear un gobierno revolucionario equivalente a su idea de dictadura del proletariado. De esta forma, el Estado pasó de ser opresor a emancipador de la clase obrera. También lla¬mó la atención de Bakunin la desaparición del Estado y la organización del poder por los trabajadores que suponía el paso a la situación deseada por los anarquistas.
En cualquier caso, en la Comuna, utópicos, bakuninistas e internacionalistas promarxistas se enfrentaron sobre las formas sociales a implantar: la concepción centralizada o federativa del gobierno insurreccional, las medidas sociali¬zadoras, etc. Fue así como los enfrentamientos ideológicos y teóricos detectados en la Internacional tuvieron su plas¬mación práctica. Unos y otros se imputaban la responsabi¬lidad del fracaso de la Comuna. La expulsión anarquista de la AIT sólo confirmó lo que ya era una realidad en las luchas obreras: la pugna encarnizada entre anarquistas y marxistas.


B. LA DISOLUCIÓN DE LA INTERNACIONAL

A partir de 1871, hay dos partidos o posiciones netamente separadas, pues has¬ta ese momento no se podía hablar de una división profunda. Ahora existe un "par¬tido" marxista "autoritario" y un "partido" anarquista "antiautoritario".Tras la expul¬sión de Bakunin en 1872 (Congreso de La Haya), Marx y sus seguidores deciden el traslado del Consejo General de Londres a Nueva York, y en 1876 en el Con¬greso de Filadelfia se acuerda la disolución de la la Internacional para evitar que la organización cayese en manos de los bakuninistas. Sin embargo, los "antiautorita¬rios" no se declaran vencidos y se erigen en la genuina representación de la AIT. Su centro de acción será Suiza. AIIí se celebran varios Congresos hasta 1880 que anun¬cia el final de esa Internacional "antiautoritaria" ante la divisiones que afloraron.

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