1. LA GRAN BRETAÑA VICTORIANA
A. El REINO UNIDO: GRAN POTENCIA DEL SIGLO XIX
En 180I los tres reinos de las islas Británicas (Irlanda. Inglaterra y Escocia) adoptaron la denominación de Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda que, gracias a la revolución industrial, se convirtió en la primera potencia económica del mundo. Ya. desde tiempos de la reina Ana I (1702-1714) se denominaba Gran Bretaña (1707).
En 1837 se inicia el largo reinado de Victoria de Kent (1837-190 1) la etapa más brillante de la Historia de los bri¬tánicos. Se caracteriza en su primera etapa (1837-1873) por la gran prosperidad de su burguesía y. en un segundo período (1873-190 1). por la expansión imperialista que lle¬vó a la ampliación del Imperio británico que se convierte en la primera potencia política y económica del mundo.
La hegemonía mundial británica fue incuestionable hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
B. LA LENTA DEMOCRATIZACIÓN
A lo largo del siglo XIX se produjo el tránsito de un Parlamento y un sistema político con vestigios del Antiguo Régimen, caracterizados respectivamente por el predominio de la nobleza y los enormes poderes del rey, a un sistema liberal que otorga mayor poder a la burguesía urbana y a los propietarios mediante el sufragio censitario. Sólo a fines del siglo se impuso el sufragio universal masculino y logrará el proletariado el derecho de voto. Esto se consiguió mediante sucesivas leyes o acts.
En 1832 con la Reform Act (Ley de Reforma) se suprimieron los burgos podridos y se produjo una redistribución de los escaños que satisfizo a la nueva bur¬guesía enriquecida gracias a la revolución industrial. Con esta ley 56 burgos podri¬dos, prácticamente deshabitados, perdían el derecho a enviar representantes al Par¬lamento y 32 debían ceder uno de sus escaños. Éstos representantes en la Cámara de los Comunes que pierden los burgos podridos se redistribuyeron entre las nue¬vas ciudades industriales, que desde entonces estarían presentes en el Parlamento a través de sus burgueses más influyentes, pues el sistema del liberalismo doctrina¬rio establecía el sufragio censitario en las elecciones.
Con esta reforma de 1832 se dio satisfacción a la burguesía enriquecida, pero quedaron marginados del sistema político la pequeña burguesía, el proletariado y gran parte del campesinado. Así pues los dos partidos políticos que se turnarán en el poder, el conservador o tory y el liberal o whig, sólo representarán a dos grupos sociales: la nobleza y la alta burguesía.
Tras el acceso de la gran burguesía al Parlamento, triunfan los intereses econó¬micos de comerciantes e industriales que logran que en 1846 el Parlamento aprue¬be las famosas anti-corn Laws (Leyes anticereales) que acaban con las tradi¬cionales leyes que protegían los cereales británicos frente a los procedentes del extranjero. La supresión de la política proteccionista por el librecambio o libertad de comercio favorece a la burguesía urbana y perjudica a los terratenientes rurales. Esta lucha política entre terratenientes agrarios y burguesía tuvo como consecuen¬cia una aceleración de las migraciones del campo a la ciudad y una venganza políti¬ca de los terratenientes conservadores que provocaron la caída del lider de su par¬tido, Robert Peel, el impulsor de las anti-corn laws.
A partir de 1865 se disputaron el poder las dos figuras más representativas de los partidos políticos británicos del siglo XIX: el conservador Benjamín Disraeli y el liberal William Gladstone y, ante el incremento de las revueltas sociales, no cabía otra solución que realizar nuevos cam¬bios políticos que quedan plasmados en una serie de leyes. La principal fue la reforma electoral de 1867 de Disra¬eli que amplió el número de votantes de un millón a 2'25 millones de electores, al reconocer el derecho de voto a los cabeza de familia residentes en las ciudades, a los licen¬ciados universitarios, médicos, profesores y clérigos, así como todos los arrendatarios que pagasen una renta anual igualo superior a cinco libras.
La nueva ley electoral de 1884, prácticamente implantaba el sufragio universal masculino pues únicamen¬te no podían votar aquellas personas que no tuvieran resi¬dencia fija, los que vivían en la casa paterna y los encarga¬dos del servicio doméstico. Al año siguiente la Redistribuction Act (Ley de redistribución) modifi¬caba el mapa electoral: frente al anterior reparto de esca¬ños por localidades se implanta el reparto según el núme¬ro de habitantes (un diputado por cada 50.000 electores).
El sufragio universal femenino no se conseguirá hasta principios del siglo XX, después de continuas luchas por los movimientos feministas de las sufragistas británi¬cas, entre las que destacaron Mrs. Pankhurst y sus hijas.
La Edad de Oro del victorianismo pleno (1850-1873), fue una etapa de una gran prosperidad, exagerado purita¬nismo y se practicó en política internacional el "espléndi¬do aislamiento" junto a una expansión imperialista que culminaría con la proclamación de la reina Victoria como emperatriz de la India, unos años más tarde.
La Gran Depresión (1873-1901) marca la última eta¬pa del reinado victoriano, cuando otras potencias europe¬as y extraeuropeas (Alemania y Estados Unidos) compiten con su dominio económico y Francia con el colonial.
C. EL PROBLEMA IRLANDÉS
Desde el siglo XII Irlanda fue tratada por la nobleza y la monarquía inglesa como si de una colonia se tratara. A partir del siglo XVI se establecieron en la Irlan¬da católica una minoría de ingleses anglicanos, especialmente en el norte de la isla, la única zona que participó del desarrollo económico derivado de la industria y del comercio. El resto de la isla siguió siendo rural y católica.
Junto a estos tres problemas, social, religioso y económico, existía en el siglo XIX un grave problema político: desde 1801 dejaron de tener un Parlamento propio y sus representantes se integraron en el parlamento de Westminster, pero "con la condición de que fueran de religión protestante", que sólo era profesada por un 15% de la población irlandesa. En estas condiciones, se puede considerar normal que naciera un movimiento nacionalista que desea lograr una mayor autonomía o inclu¬so la independencia. Daniel O'Connell (1775-1847) fundó en 1823 la Irish Catho¬/ic Association (Asociación Católica Irlandesa) con el objetivo de obtener el autogo¬bierno para Irlanda (Home Rule), pero sólo logró que la nueva ley electoral de 1829 suprimiera la discriminación que sufrían los católicos con la anterior ley.
En 1847 la economía irlandesa, basada en la agricultura, sufrió una grave crisis debido a la enfermedad de la patata, alimento básico en la isla, que produjo más de 700.000 muertes por hambre en ese año y una fuerte emigración hacia EE.UU. en la segunda mitad del siglo XIx. La población irlandesa se redujo a la mitad: 8'5 millones en 1845 y tan sólo 4 millones a comienzos del siglo Xx. Desde el exterior, estos emigrantes financiarán y dirigirán lo que ya podemos denominar movimientos independentistas, en especial la Sociedad Feniana, que comenzó en 1858 la lucha armada, mediante la preparación de atentados terroristas.
En 1875 Charles Stuart Parnell (1846-1891) obtuvo un escaño en la Cámara de los Comunes y, gracias a sus intervenciones, se convirtió en el líder del Partido Nacionalista Irlandés y de la Liga de la Tierra (1879), encargada ésta última de defender a los arrendatarios frente a los terratenientes.
Desde 1885, gracias a las reformas electorales de 1884-85, Parnell y el Partido Nacionalista Irlandés aumentaron su presencia en el Parlamento y los 86 dipu¬tados irlandeses se encontraron durante diez años con una Cámara en la que ni los conservadores ni los liberales tenían mayoría absoluta. Parnell decidió boicotear las decisiones del Parlamento con este argumento: "impediremos a los ingleses tratar sus asuntos ya que no quieren tratar los nuestros".
La situación en Irlanda siguió siendo explosiva y su solución, la independencia, sólo se llevará a cabo parcialmente (Irlanda del Norte seguirá siendo británica) des¬pués de la Iª Guerra Mundial.
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2. FRANCIA : DE LA IIª REPÚBLICA AL IMPERIO DE NAPOLEÓN IIIº.
La revolución de 1848 acabó con la monarquía de Luis Felipe de Orleans e implantó la 11 República francesa. Luis Napoleón Bonaparte fue elegido presidente de la República y de las ideas revolucionarias sólo mantuvo el principio democrático de elecciones mediante sufragio universal masculino. Su objetivo, como el de su tío Napo¬león 1, era hacer compatible las ideas más moderadas de la revolución con el triunfo del orden y lo hará de la misma forma, transformando la República en Imperio.
El 2 de diciembre de 1851, contando con el apoyo del ejército, disolvió la Asamblea y detuvo a 24.884 perso¬nas acusadas de intento de rebelión. Con este golpe de Estado refuerza su poder, que se verá confirmado cuan¬do el pueblo francés le diga que sí en los dos plebiscitos celebrados en 1851 y 1852. En ellos Napoleón prometía mantener el sufragio universal masculino y elaborar una nueva Constitución de corte autoritario, que le garantizó el poder durante diez años. Comenzaba, así, el 2.° Imperio.
B. El IMPERIO DE NAPOLEÓN IIIº (1852-1870)
La Constitución de 1852 concedió a Napoleón tan¬to el poder ejecutivo como el militar y el derecho de intervención en los otros poderes: nombramiento del Tri¬bunal Supremo de Justicia (poder judicial) y nominación del Consejo de Estado (poder legislativo). Este organismo propone las leyes que deben ser aprobadas por los miem¬bros del Cuerpo Legislativo, elegidos por sufragio univer¬sal masculino.
En la década de 1850 la actuación de Napoleón tiene como primer objetivo el mantenimiento del orden, aunque suponga un retroceso de las libertades. Para ello, refuerza la policía en las ciudades y las gendarmerías en las zonas rurales, potencia la vigilancia (sin censura) de la prensa y de las universidades, renueva la administración y firma una pacto con la Iglesia católica, convirtiéndose en el defensor del Papa y de sus Estados Pontificios.
Los éxitos en su política exterior se pusieron de manifiesto en dos conflictos: la Guerra de Crimea (1854¬- 1856), que convirtió a Napoleón 111 en árbitro de la políti¬ca internacional, y la guerra austropiamontesa de 1859, que concluye con el Tratado de Turín, firmado con Cavour, por el que Francia recibe de Piamonte los territorios de Sabo¬ya y Niza.
Pero su mayor éxito consistió en el gran desarrollo económico de Francia, que a partir de 1851 moderniza la agricultura e impulsa la industria, con lo que logra el apo¬yo del campesinado y de gran parte de la burguesía; por su parte, el proletariado urbano se muestra neutral mientras se beneficie del progreso económico y mantenga sus empleos. Rouher fue el ministro encargado de esta tarea desde 1855.
El Estado francés invierte en obras públicas, especial¬mente en la capital, París, en el extranjero y en el fomento de las inversiones en la agricultura, concediendo créditos a las agricultores a través del Crédit Foncier. El capital de las inversiones privadas procede de Bancos industriales como Banque de París o Crédit Mobilier de los hermanos Pereire, y de Bancos comerciales como Societé Générale de los Rothschild o Crédit Lyonnais de H. Germain.
La agricultura mejoró notablemente gracias al retro¬ceso del barbecho, al acondicionamiento de nuevos suelos de landas o pantanos para el cultivo, al abonado y la selec¬ción del ganado. Las regiones se especializaron y, como resultado, Francia dejó de padecer las crisis de subsisten¬cia. Quedaron excedentes para la exportación y se mejo¬ró la nutrición de los franceses.
La industria principal siguió siendo la textil, pero tanto la minera (hulla y hie¬rro de Lorena) como la siderúrgica tuvieron un gran crecimiento por la mayor demanda de estos productos por parte del ferrocarril y de las múltiples construc¬ciones públicas. Éstas se realizaron por empresas francesas que también actuaron en los países de la Europa Mediterránea, el imperio Turco y en el Austríaco.
El comercio interior se duplicó y el exterior se triplicó. El primero debido a la aparición en las ciudades de los mercados modernos (Les Halles), de los grandes almacenes (Lafayette) y los supermercados. El gran crecimiento del comercio exte¬rior se debió a varios factores: la difusión del telégrafo, las exposiciones internacio¬nales de 1855 y 1867, el acondicionamiento de sus puertos internacionales, la cons¬trucción del ferrocarril, las inversiones en el exterior y la política librecambista de los años sesenta. Como resultado Francia tuvo superávit en la balanza comercial hasta 1867.
En la década de 1860, frente al autoritarismo y la expansión de la década anterior, Napoleón adoptó ciertas medidas liberalizadoras como la concesión de amnistía a presos políticos, la legalización de las asociaciones obreras (sindicatos), reconocimientos del derecho de huelga y de algunas libertades. Estas medidas libe¬ralizadoras contrastan con los fracasos en su política exterior (derrota y fusila¬miento de Maximiliano I en México en 1867 que había sido apoyado por Francia y derrota frente a las tropas alemanas en Sedán* en 1870) que fueron acompañadas por una crisis económica muy fuerte entre 1866 y 1870 que incrementó el paro y el descontento social. Estos elementos negativos propiciaron la caída del Empera¬dor y la proclamación de la IIIª República.
C. LA IIIª REPÚBLICA DESDE 1871 A 1914.
La derrota de Sedán y las pérdidas territoriales de Alsacia y Lorena, que se integran en el nuevo Imperio ale¬mán, más las reparaciones de guerra que Francia debe pagar a Alemania hasta 1874 según lo firmado por ambos países en el Tratado de Francfort, crearon en Francia un fuerte sentimiento nacionalista antialemán, que se manten¬drá latente hasta que se luche en la Primera Guerra Mun¬dial (1914-1918)
Desde 1870 se renuevan en Francia los intentos revo¬lucionarios por parte del proletariado, que llegó a estable¬cer un gobierno revolucionario en la ciudad de París (la Comuna*) desde marzo hasta mayo de 1871, fecha en la que el presidente del gobierno francés, Adolphe Thiers, ordenó al ejército entrar en la capital y terminar total¬mente con los insurrectos: 20.000 personas fueron ejecu¬tados durante la llamada Semaine sanglante (semana san¬grienta).
Mucho se ha escrito sobre la Comuna. Marx y Bakunin, coetáneos de los hechos, valoraron positivamente el movi¬miento revolucionario cuyos objetivos eran salvaguardar la República y establecer reformas sociales en el marco de una organización de tipo prodhoniano.
Tras restablecer el orden, Thiers reanudó la actividad económica y adelantó el pago de la deuda a Alemania que fue cancelada en 1873, fecha en que será elegido Mc Mahon como presidente de la República. Hasta 1875 no se consolidó la 111 República porque la mayoría de los par¬lamentario elegidos eran monárquicos, pero la pequeña y mediana burguesía lograron hacer triunfar las ideas repu¬blicanas y su política de reformas: libertades de reunión, prensa, religión; ley del divorcio; enseñanza primaria gra¬tuita; anticlericalismo etc. Tanto los moderados (Gambetta, Jules Ferry) como los radicales (Clemenceau) reclamaban que el poder debía estar en manos del Parlamento y, en política exterior, defienden el imperialismo colonial en África y Asia.
A partir de 1894 se radicalizó la situación a partir del asesinato del Presidente Sadi Carnot que dio paso a la República Radical que conoció una de las crisis políticas más profundas del siglo con el famoso affaire (asunto) Dreyfus. La cuestión -motivada por la acusación al oficial judío Alfred Dreyfus del delito de traición-, se convirtió en un escándalo político que duró una década.
Francia se dividió entre dreyfusistas (liga de los Derechos del Hombre) que solicitaban al gobierno justi¬cia y verdad, y los antidreyfusistas (Liga de la Patria Francesa), defensores del Ejército y el honor nacional. Todo ello provocó que se radical izara el ambiente político francés e incluso el socialista Millerand formarse parte de un gobierno burgués (1899-1902). La derecha también se radical iza y en 1898 Charles Maurrás creó un partido nacionalista llamado Action Francaise, que fue un preceden¬te de la ideología fascista. Sin embargo, Francia conoció un período de prosperidad económica y cierta estabilidad política hasta 1914, fecha en que se inicia la Primera Gue¬rra Mundial.
La crisis del boulangerismo, provocada por los inten¬tos nacionalistas del general Boulanger, quien fue Ministro de Guerra entre 1886-87, dió el poder a los republicanos moderados. En estos años (1889-1898) se consolidó la IIIª República al romperse el aislamiento internacional a la que estaba sometida Francia por la Alemania de Bismarck.
Francia extendía su influencia colonial en África y Asia, en un intento de recuperar la moral nacional y el prestigio exterior, muy minados desde la derrota de Sedán y la pérdida de Alsacia-Lorena a favor de la nueva Alemania.
Hubo una evidente preocupación social de los gobiernos que se materializó en la fijación de la jornada laboral para las mujeres y niños en 1893 o la importante ley sobre accidentes laborales de 1898. Pero el hecho más importante fue el laicismo anticlerical republicano y la ins¬trumentación que de éste hacía la derecha.
Hay que tener en cuenta que la Tercera República Francesa no finalizó con el estallido de la Primera Guerra Mundial sino que continuó siendo la que dirigió la política francesa hasta 1940, cuando Hitler la derrotó en plena r Guerra Mundial. Duró pues, 69 años.
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3. EL IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO
A. El IMPERIO Austriaco Y LA CREACIÓN OE LA MONARQUÍA DUAL
Desde la revolución de 1848 hasta 1916 este Imperio estuvo dirigido por Francisco José 1, que intentó mante¬ner un sistema conservador y autoritario. Los aspectos que caracterizaron su gobierno fueron:
l. El incremento del gasto en burocracia y policía, con el fin de impedir los movimientos liberales y nacionales de magiares, checos, polacos de Galitzia o eslavos del sur.
2. La situación de privilegio que alcanzó la Iglesia Católica, principalmente a partir del Concordato de 1855. Se le cedió el control de la enseñanza, se aumentaron los privilegios de los obispos y el Papa se podía comunicar con la jerarquía eclesiástica sin intervención de las autoridades laicas.
3. Finalmente, se impulsó el comercio, la industria y se mejoraron los transportes. El Imperio Austro-Húngaro se convertirá en una de las potencias económicas europeas a comienzos del siglo XX.
El principal problema existente era el de las nacio¬nalidades, en un Imperio que a comienzos de la Pri¬mera Guerra Mundial contaba con 52 millones de habi¬tantes. El emperador admitió el restablecimiento de las leyes y gobierno húngaras, con lo que a partir de 1867 se convirtió en una monarquía dual (el Imperio Austro-Húngaro) cuyo principal nexo de unión era el ") emperador de Austria y rey de Hungría.
A partir de las unificaciones de Italia y de Alemania, donde el imperio Austro-Húngaro había perdido influencia, la política exterior del Imperio Dual se caracterizó por su alianza con el Imperio Alemán y su expansión hacia los Balcanes con el objetivo de conso¬lidar un imperio danubiano-balcánico. Ello le llevó a una ¡
rivalidad continua con Rusia, agravada en 1908 cuando incorporó la provincia turca de Bosnia al Imperio, en contra de la opinión y de los intereses de Serbia y de Rusia, que firmarán una alianza frente a los dos imperios ¡ alemanes.
B. LA EXPANSIÓN ECONÓMICA EN El REINADO DE FRANCISCO JOSÉ
En vísperas de la I.a Guerra Mundial, el Imperio Austro-Húngaro era una de las grandes potencias mundiales. Ocupaba el cuarto lugar en Europa, después de Gran Bretaña,Alemania y Francia, con sectores económicos muy desarrollados rela¬cionados con el carbón, hierro, industria textil, química y eléctrica. Tenían una indus¬tria del automóvil autónoma y una red ferroviaria de las más importantes de Euro¬pa con forma radial a partir de Viena.
Los dos problemas fundamentales eran: la dependencia de la economía aus¬tro-húngara del capital extranjero y los fuertes desequilibrios regionales. Fue muy importante el Creditanstalt, banco para el comercio y la industria, fundado en
1855. La Bolsa de Viena, clave en Europa central, ponía de manifiesto la alianza eco¬nómica entre la aristocracia de cuna y la del dinero. El reino de Hungría (Trans¬leitania) se especializó en la producción agraria (trigo) y ganadera que no sólo per¬mitía hacer frente a las necesidades nacionales sino también a las exportaciones hacia el Imperio Alemán. En la explotación carbonífera destacó la cuenca de Mora¬via-Silesia; en la industria metalúrgica fueron famosas las fábricas de locomotoras de Viena, Gratz, Praga y Budapest. Bohemia, era una región industrial vital para el Imperio, destacando sus industrias de porcelana y vidrio.
También fueron importantes las industrias papeleras (materia prima fácil de obtener en los Alpes) y la textil de alta calidad.
Viena y Budapest fueron dos ciudades europeas muy importantes. La capital de Cisleitania (Viena) se convirtió en el centro europeo de la música y rivalizaba con las demás grandes capitales europeas en monumentalidad y servicios junto a París, Londres, Berlín y San Petersburgo. La unión de Buda y Pest convirtió a la capital de Hungría en una ciudad monumental con su Palacio Real y el Parlamento.
C. LA VIDA POLÍTICA EN El IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO
A partir de 1867, Cisleitania (Austria) tuvo un Parlamento formado por dos Cámaras: la Herrenhaus o Cámara Alta integrada por aristócratas nombrados por el emperador y la Reichrat o Cámara Baja (Consejo del Imperio) formada por diputados elegidos por sufragio censual. No era totalmente un sistema parlamenta¬rio avanzado ya que el emperador nombraba como ministros y presidente del gobierno a personas "técnicas", más que a diputados del Reichsrat.
El reino de Hungría (Transleitania) tenía un verdadero régimen parlamentario, con un poder ejecutivo repartido entre la Corona y un gabinete de ministros que respondía ante el Parlamento Húngaro integrado por dos cámaras, la de los Mag¬nates (nobleza hereditaria y obispos) y la de los DiPutados, elegida por sufragio cen¬sual.
Las dos lenguas más difundidas fueron el alemán y húngaro aunque había leyes que reconocían a todos los grupos etnolingüísticos la completa igualdad.
Los dos Estados que constituían el Imperio Austro-Húngaro fueron autócto¬nos completamente en las cuestiones internas pero con un mismo Jefe de Esta¬do, Francisco José 1, Emperador de Austria y rey de Hungría, que controlaba el nom¬bramiento de una serie de ministros comunes a ambos para la defensa, asuntos exteriores y finanzas.
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