LA OPORTUNA GUERRA COLONIAL.
La guerra zulú de 1879, es con toda probabilidad, uno de los mejores ejemplos de cierto modelo de expansión colonial del s. XIX: la propiciada desde una colonia contigua a la que se quiere conquistar. Frente a los escrúpulos o intereses de la metrópoli, sectores de opinión, presión y poder económico y político de la colonia, ponen en marcha una serie de iniciativas destinadas a crear una tensión bélica en los pueblos circundantes. A esta presión, en la mayoría de las ocasiones, responden los pueblos limítrofes con gestos de hostilidad declarada ante las presiones e intrusiones. A partir de aquí, solo es necesario continuar con el desarrollo de gestos, medidas de presión, y, manifestaciones de fuerza para que surja el chispazo bélico. Cuestión de tiempo es que surjan los primeros incidentes fronterizos. Ya sólo queda iniciar las primeras operaciones bélicas, acompañadas del pertinente comunicado a la metrópoli sobre la agresión de los pueblos indígenas fronterizos, con la consabida petición de refuerzos militares. A partir de aquí, la guerra esta servida y puede comenzar la expansión.
Los orígenes de la guerra zulú de 1879 se asientan en la penetración en la zona de una colonia de población blanca a lo largo del s. XVII. Los colonos europeos llegados a el Cabo de Buena Esperanza por aquellas fechas, eran de origen holandés. Su asentamiento comienza en las pequeñas factorías de la costa, dedicadas al comercio con los pueblos indígenas de la costa, a la par que dichas factorías desempeñan el inevitable asentamiento estratégico en una zona que sirve de gozne para la vertebración de las rutas comerciales camino de la India y el sudeste asiático.
En los albores del s.XIX, dentro de la dinámica de las guerras de la Revolución y el Imperio, la derrota de los holandeses en Europa, propicia a partir de 1794, la presencia de buques franceses en las citadas factorías. La presencia de unidades navales en la vital ruta de comunicación con la India no busca otra cosa que amenazar las sensibles arterias del comercio británico con la India. La reacción británica no se hizo esperar. En 1795, una operación anfibia ocupa el Cabo de Buena Esperanza para proteger las rutas comerciales y desalojar la presencia francesa de la zona y de una ulterior acción en la India.
En el tratado de Amiens (1801), la zona fue devuelta a manos holandesas. Sin embargo, la permanencia de los holandeses sería breve. Cuando en 1806, Holanda se alinee con Napoleón, Gran Bretaña no vacilará en ocupar la colonia de El Cabo a perpetuidad, asegurándose la ruta mas directa a su colonial continental de la India. Se asiste pues ala creación de una colonia de soberanía británica con población blanca holandesa. El caso de la población indígena el cambio no será percibido pues a fin de cuentas la supremacía del hombre blanco estará asegurada.
Inicialmente, la colonia africana se comporta mas bien como un puesto estratégico anclado en la costa que como una colonia de población. El interés británico por adentrarse en el continente no pasa de ser testimonial. Pero si la metrópoli se contentaba con mantener el status quo no ocurría así con sus colonos blancos, los Borres. Si bien no podemos percibir un sentimiento insurreccional por parte de los antaño ciudadanos holandeses, si es manifiesto el deseo de alejarse de la tutela británica. El único medio es penetrar en las tierras del interés para eludir el control británico.
Con el tiempo, en las dos primeras décadas tras el asentamiento británico en el vital punto geoestratégico británico, los conflictos con las tribus de la zona, los Kaffir, no tardaron en producirse. Bien es cierto que los primeros roces, entre las décadas de 1820 y 1820, no surgieron con las autoridades coloniales británicas sino con los intentos de penetración en sus territorios por parte de los Borres. Sea como fuere, los ataques a la colonia se intensificaron obligando a los británicos a desencadenar uan serie de operaciones militares preventivas para asegurar la zona, construyendo una red de fuertes en la frontera.
Es a partir de 1820, cuando la autoridad metropolitana habida cuenta de la conflictividad inherente representada por los Borres, pone en marcha una política de atracción de población blanca desde la metrópoli hacia la colonia. El crecimiento de esta colonia de extracción británica fue lento, llegando a contabilizarse en la ciudad de Durban, en torno a 1834, unos sesenta colonos británicos.
Entretanto entre las etnias de la zona, los Kaffir comenzaron a alterarse el equilibrio mantenido hasta entonces. Pueblos de etnia bantú, levaban realizando desplazamientos migratorios hacia el este y sur de África a lo largo de varios siglos. Este movimiento se vio obstaculizado en un primer momento por los Borres, que los habían mantenido a raya durante siglos mediante una política de acoso y segregación, al considerarles poco menos que animales. Sin embargo, los acontecimientos vinieron a demostrarse que la ya espinosa situación era susceptible de empeorar. En un momento dado, los Kaffir sufrieron una nueva presión, en este caso de otra etnia bantú mas agresiva: los zulúes.
La historia del ascenso de los Zulúes esta teñida en la leyenda propia de las epopeyas de un pueblo fortalecido por la presencia de un líder carismático y unificador: Shaka. El nuevo monarca pasará a la historia como el innovador revolucionario en el arte de la guerra tal y como se desarrollaba por aquél entonces entre las tribus seudo neolíticas de la zona. La historia del pueblo zulú bajo Shaka y sus sucesores esta marcada por una serie de campañas militares agresivas sobre sus vecinos con la finalidad de la unificación por la absorción violenta y sin concesiones sobre sus vecinos. Basada en el concepto de fortaleza por el aumento demográfico y de recursos económicos y territorio, se configura una nación de guerreros que comienza a inquietar a la colonia anglo holandesa de EL Cabo.
Las campañas de Shaka y su sucesor y hermanastro Dingane, subido al trono tras el asesinato del carismático monarca, no supusieron en un primer momento una actitud hostil hacia los británicos. Muy al contrario, desarrollando una política de amistoso comercio se posicionaron en una amistosa vecindad por el momento.
Sin embargo, pronto surgieron los terceros en discordia. Los Borres. La iniciativa legislativa británica de 1807, concediendo la igualdad racial a todos los habitantes de la colonia fue el mas genuino incentivo para la emigración hacia las tierras del interior. Dentro de la tradición boer, la emigración protagonizada en 1835 será conocida como el “Great Trek”, la gran migración hacia el norte. Epopeya típica de la marcha hacia el oeste de los estadounidenses, el avance se realizo a costa de constantes guerras de exterminio y reducción a la condición de esclavos de las tribus Basuto y Matabele.
El éxito acompaño a los Boers que establecieron en el interior el Estado libre de Orange y el Transvaal, colindante con las fronteras del país Zulú que comenzó a ser conocido como Zululandia.
Pero el éxito distó mucho de ser el paliativo necesario que calmase la ambición de los Boers. Muy al contrario, disparó las apetencias de mas territorios a la vista de las victorias sobre basutos y matabeles. Sin embargo, en esta ocasión fallaron las previsiones. Al mando de la cuestionable personalidad aventurera de Piet Retief, los Boers fijaron su mirada en Natal, territorio bajo el control zulú. Retief exigió sin muchos miramientos al rey Dingane territorios para establecer una nueva colonia, bajo el encantador pretexto de desencadenar una guerra por parte de los blancos si no accedía. Inicialmente, Dingane acepto, aunque por su propio carácter de regicida filial, su consentimiento no parecía ofrecer garantías de seguridad en tiempos futuros.
El precio exigido por Dingane fue que los hombres de Retief recuperase una manada zulu apropiada por los basutos sin muchas ceremonias. Cierto es que Retief tampoco tuvo escrúpulos de conciencia ante el requerimiento del zulú. El dicharachero Retief desencadenó una campaña de terror sobre los basutos, recuperando en primera instancia el ganado, y dedicándose a continuación a masacrar a todo basuto a su alcance. Tras la razzia de terror, hizo acto de presencia en el Kraal de Dingane con el ganado prometido y reclamando el territorio objeto del trato. Cara a cara Retief y Dingane, parece ser que el único acuerdo existente entre ellos, habida cuenta del encantador carácter de ambos personajes, fue el de entablar una áspera discusión de la que se paso a la masacre de Retief y los suyos, en torno a unos 60 hombres. Finalmente, con Retief muerto, los zulúes con su sed de sangre despierta por el espectáculo del Kraal, comenzó una guerra contra los Boers.
Los regimientos zulúes se pusieron en marcha hacia los asentamientos boers en el sur. Siguiendo el acostumbrado modus operandi zulú, se produjo una marcha hacia los territorios boers dejando un reguero de sangre y fuego donde se incluyeron mujeres, ancianos y niños. El ataque sobre la frontera despertó la alarma de los colonos en Durban, que a falta de otros medios procedieron a reclutar tropas nativas entre los basutos. El improvisado ejercito de tropas basutas nativas y de todos aquellos blancos de los que se pudo encontrar termino en una masacre ante la improvisación de unos y la profesionalidad de otros. Capitulo siguiente a la matanza de este otro contingente blanco, fue el avance de los guerreros de Dingane hacia el interior del territorio blanco. Nuevamente se repitió el guión, llegada a Durban y saqueo, destrucción y muerte hasta los cimientos. La profundidad que estaba alcanzando la incursión de Dingane llevó a tomar carta en el asunto a las autoridades británicas de El Cabo.
Sinceramente, para los británicos los acontecimientos estaban tomando un rumbo molesto y desagradable. En ningún momento habían estado satisfechos con la actitud de los Boers. Su afamado y mítico Great Treak solo habian conseguido un alarmante enarcamiento de cejas, muy británico por cierto, pero nada mas. A fin de cuentas, la prepotente actitud de los Boers únicamente estaba siendo un quebradero de cabeza para Londres. Los acuerdos con los zulúes habían buscado la tranquilidad y estabilidad en la región, y ahora en cambio, los Boers habían conseguido hundir una molesta estaca en la colmena de Dingane, que había respondido lanzando a sus guerreros a una campaña de destrucción contra los Boers, que para colmo de males, estaba llevando la guerra alas fronteras británicas, y poniendo en vengativa sed de sangre a la restante población Boer.
En un intento de echar hielo a la situación, desde Londres se decretó un embargo de armas hacia la colonia, buscando impedir que los ofendidos Boers se armasen hasta los dientes, si bien se acordó el envío de tropas hacia la colonia para que operasen a modo de fuerza de interposición, buscando que la situación discurriese por el mejor orden británico que fuese posible. Sin embargo, los acontecimientos en la colonia discurrían con mayor rapidez que el pausado ritmo de las riberas del Támesis.
Los Boers, demostrando que sus condiciones de sereno análisis no pasaban por soportar levantamientos de tribus a las que consideraban inferiores en todos los sentidos, se preparaban para ejecutar unas represalias dentro de los mejores cánones de la venganza bíblica. Se preparó una expedición de castigo al mando de otro de los míticos próceres de la nación Boer, Andreas Pretorius – insigne patricio que por méritos propios habría de ver su nombre como capital de la nación-, organizó una expedición donde no falto ninguno de los medios bélicos en boga por aquellos días, artillería incluida. En esta ocasión, la ventaja cayo del lado Boer que consiguieron uno de los mayores éxitos de la ciencia militar: escoger el campo de batalla. Adentrándose en territorio zulú, consiguieron que los hombres de Dingane les atacasen en Blood River. Allí, parapetados los Boers en un cuadrilátero de carretas, al cual habían de llegar las columnas zulúes atravesando el río, en número de 500 resistieron la carga de 12.000 zulúes. La batalla de Blood River demostró la superioridad del armamento moderno en manos de una minoría perfectamente atrincherado contra una masa desproporcionada de atacante con armamento neolítico. En Blood River la proporción a favor del Ejército Zulú era de 24 a 1, que no impidió que tras dos horas, mas o menos, de combate, los zulúes se retirasen dejado mas de 3.000 guerreros sobre el campo de batalla. De nada pudo el consuetudinario valor zulú y sus cargas en masa frente a los fusiles de repeticiñon y la artillería Boer. Sin embargo, la lección táctica Boer de cómo ganar las batallas a los zulúes no sería aprendida en un futuro cercano por los británicos.
La victoria de Pretorius consolidó la presencia Boer en la zona con la creación de una nueva ciudad conocida con el nombre de Pietermaritzburg. A Londres no le quedo otra que aceptar los hechos consumados: la consolidación Boer en Natal y Durban y la esperanza de que los inquietos colonos holandeses no volviesen a las andadas. En el caso de Dingane, la sangría de Blood River le convenció sobre la necesidad de firmar una paz de circunstancias con los británicos.
Si bien es cierto que ambas partes, zulúes y británicos, no albergaban muchas esperanzas sobre los Boers, la esperanza es lo último que se pierde. Aunque esta no tardó en desaparecer del horizonte africano.
Al poco tiempo los Boers demostraron que genipo y figura, etc., etc., pues a la altura de 1840, la injerencia en territorio zulú por parte de los recalcitrantes holandeses se había convertido en afición. Por aquellas fechas, los contactos Boers les llevaron a intrigar en la política interna del reino zulú. Apoyando a Mpande, hermanastro de Dingane, en su aspiración al trono – costumbre familiar de la casa zulú de terminar los reinados con la eliminación familiar del titular de la Corona- penetraron en el reino para coaligarse con el disidente hermanastro que aportó unos 17.000 partidarios. A todo ello sin notificar a Londres la excursión a Zululand.
El proyecto triunfo tanto para Mpande como para los Boers. Dingane fue depuesto y convenientemente ejecutado. El generoso agradecimiento-pago del nuevo monarca se concretó en un trato de oaz y amistad que concedía a los Boers la totalidad del territorio de Natal, 3.000 cabezas de ganado y 1.000 guerreros zulúes en calidad de tropas auxiliares. Sin embargo, para la sensibilidad Boer, mantener a 1.000 guerreros cerca no tranquilizaba su sentido racial, por lo cual, ni cortos ni perezosos, los degradaron a la categoría de esclavos, situación que les tranquilizaba anímicamente.
En realidad, todo el entramado diplomático Boer-Zulú no era otra cosa que una tregua disfrazada. Durante los dos siguientes años, se representó el civilizado papel de armoniosa vecindad sin mucho convencimiento por ambas partes, sin tener en cuenta al verdadero poder de la colonia, Londres, discretamente retirado al olvido.
En Londres, las excursiones Boer no habían sino alentado la certeza de que la propensión de los díscolos súbditos holandeses comenzaban a convertirse en algo mas que un dolor de cabeza. Haber promovido dos guerras de agresión en la frontera, y encima haberlas ganado, teniendo en cuneta la idiosincrasia de tales súbditos hacía a los británicos temerse lo peor. Por ello, se decidió aumentar el control sobre los sucesos de la colonia.
Las ásperas informaciones sobre el comportamiento Boer hacia los nativos comenzaron a levantar un sentimiento de puritana indignación tan de modo en la victoriana metrópoli. La actitud Boer comenzó a chocar frontalmente contra las leyes británicas sobre la esclavitud. Las informaciones sobre trato cruel y salvaje por parte de los Boer contra Basutos , Bantues y Zulúes, desencadenaron un enconado debate sobre el concepto de libertad de unos colonos sujetos a las leyes británicos, que no tenían reparo alguno en convertirlas en papel mojado.
Institucionalmente, las informaciones sobre la gestión administrativa Boer dibujan un cuadro caótico, poniendo en serio riesgo la estabilidad de la zona en todos los órdenes. A ello vino a unirse las noticias sobre otra expedición de saqueo, castigo y depredación contra los Bantués para conseguir nuevos esclavos. El conjunto de todas estas desagradables noticias decidió al gobierno británico a reforzar militarmente su presencia en la zona. En agosto de 1842, fue enviado a la zona el 27 regimiento a Durban. Los Boer, ni cortos ni perezosos, sometieron a la unidad a un bloqueo encubierto durante tres semanas, que puede denominarse de cualquier forma menos de encubierto.
El guante fue recogido por Londres, enviando refuerzos y planteando a los díscolos súbitos la disyuntiva de acatar la pax británica o buscar nuevas tierras. Para los Boer le respuesta fue taxativa. Abandonaron
Natal hacia el Norte, creando las repúblicas independientes de Orange y Transvaal entre 1847 y 1852.
La política de hechos consumados Boer dejó al gobierno de Londres las manos libres `para consolidar su dominio sobre la zona de Durban y Natal. La política de repoblación británica impulso el asentamiento de unos 5.000 ciudadanos británicos, reforzada con las presencia de mas de 150.000 Kaffirs, verdadera emigración de pánico frente a la política racista de las repúblicas Boer.
Por aquellas fechas, los zulúes bajo el satisfecho Mpande habían hecho honor al tratado firmado con los británicos. De puertas a dentro, la política interna del reino siguió con su conspicua tradición a la hora de ocupar el trono. Un hijo de Mpande, Cetshwayo encabezo la guerra civil en contra de su hermano para asegurarse la sucesión al trono. Su victoria le llevó a cimentar su poder, y asegurándose los contactos diplomáticos necesarios con los británicos para asegurarse la tranquilidad exterior en el momento de su reinado. Sin embargo, decidió jugar con fuego. Intentando utilizar las tirantes relaciones anglo-boer en su provecho entablo relaciones oficiosas con los Boer.
En un primer momento, pareció poder manejar ambos poderes blancos en la zona bajo el lema “Divide y vencerás”. En 1872, a la muerte de Mpande, Cetshwayo subió al trono, consiguiendo que el gobernador británico de la colonia de El Cabo- nervio político de la presencia británica en la zona-, sir Teophilus Shepstone, acudiese a su coronación y procediese a reconocerle rey de la nación zulú en nombre de la reina Victoria. Hasta el momento, Cetshwayo aparecía firmemente asentado en el trono con la aquiescencia de la autoridad imperial de la zona. Miel sobre hojuelas.
Considerar a Caetshwayo un ingenuo reyezuelo africano distaba mucho de ser cierto. Consciente de la peligrosidad de sus vecinos Boer, a los que profesaba un entrañable odio, era consciente de la necesidad de reforzar su reino. Por otra parte, la llamada de la sangre de un monarca de una nación guerrera imbuida de las tradiciones expansionistas del mítico Shaka, era una herencia que en modo alguno podía pasar por alto.
Las tradiciones militares zulúes y sus vivencias les impelían inexorablemente a mantener el culto a la guerra y a la expansión. Y todo rey zulú que se tuviese por tal no podía dar la espalda a semejante realidad. La sociedad resultante de estas tradiciones era, sencillamente, explosiva. Los jóvenes zulúes entraban a formar parte de una sociedad regimental una vez acreditada su mayoría de edad entre los 13 y los 14 años. A partir de ese momento crucial en sus vidas, su existencia giraba en torno a al cultura del regimiento, realidad que solo abandonarían en el momento de su muerte. Su experiencia mas vital, el matrimonio, quedaba circunscrita a al demostración del valor en el combate. El sistema social dimanante era de incontestable garantía para un estado en constante expansión, pero se convertía en un bomba de relojería interna en épocas de paz, como la que se estaba atravesando durante el reinado de Mpande y el iniciado por Cesthwayo.
Las bases para un conflicto próximo estaban firmemente asentadas. Solo faltaba la chispa. Y para chispas explosivas, los Boer. A estos, la paz se estaba convirtiendo en un asunto tan engorroso como para los zulúes. Ellos necesitaban también la expansión. A pesar de todos los tratados de paz y fijación de fronteras, necesitaban nuevos territorios. En consecuencia, decidieron reclamar los territorios cercanos a Blood River, dentro del reino zulu.
Cesthwayo para cubrir las apariencias, pidió el arbitraje británico cuando los Boer decidieron ocupar los territorios por su cuenta y riesgo.
A la par que las conversaciones y contactos diplomáticos se extendían en el tiempo, los acontecimientos discurrían con mayor rapidez. En el Transvaal, fruto de la brutal política racial de los Boer, se produjo un insurrección bantú que estuvo a punto de costarle la existencia a la república Boers. Haciendo de la necesidad virtud, se pidió ayuda a Londres, tendiendo el anzuelo de una confederación con la colonia de El Cabo. Pero en esta ocasión los cálculos fallaron. Por aquellas fechas, la presencia de colonos británicos en la colonia había aumentado por el descubrimiento de diamantes y oro en la zona. So pretexto de defender a sus ciudadanos, y no dispuestos a convivir en situación de igualdad política con los díscolos Boer, ocuparon la zona, aplastaron a los Bantues y anexionaron la colonia al Imperio.
La respuesta Boer fue la de siempre: el éxodo. Sin embargo, el conflicto del Blood River no estaba resuelto y ahora los británicos lo heredaron junto al oro y los diamantes del Transvaal. Jurídicamente, la situación no había cambiado. Simplemente eran los británicos, es decir, sus súbditos, los que se encontraban ocupando ilegalmente los territorios cercanos al Blood River.
Nuevamente comenzó el ritual de las comisiones, encabezada en esta ocasión por el gobernador de El Cabo, sir Bartle Frere. La denominada Comisión Independiente fue encargada de emitir juicio resolutorio sobre la razón o sinrazón de la ocupación de los territorios, asignando propietario definitivo, bien Zulú, bien Boer. Hasta aquí todo discurría en los mejores términos administrativos, si bien las intenciones eran muy otras como se demostró cuando la Comisión falló a favor de los zulúes.
La resolución evidenció el espinoso conflicto de intereses que estaban en juego. De un lado, la República del Transvaal, con numerosa población blanca, con su notoria agresividad hacia las poblaciones indígenas, para la cual, la decisión era el leitmotiv perfecto para ir a la guerra. Por otro, el gobierno de Londres, interesado en pacificar la región y meter en cintura a los díscolos Boers, para lo cual se encomendaba al gobernador a iniciar la anexión del Estado libre de Orange, e imponer de una vez por todas la soberanía británica.
La figura del gobernador sería decisiva en los próximos meses. De sir Bartle Frere pueden emitirse todas las opiniones que se quieren, pero en modo alguno puede tachársele de inexperto en asuntos coloniales. Había demostrado su competencia en la India, desplegando esa conjunción de amabilidad colonial, a medio camino de la educación, la insinuación y la presión, tan acostumbrada en la Inglaterra victoriana. Exponente de la clase administrativa colonial que daría los mejores días de gloria al Imperio, buscaba encontrar la estabilidad en la región creando un grupo social indígena, económica y culturalmente favorecido por el poder metropolitano, que fuese el instrumento idóneo para el control de la región. En el caso africano, pasaba por llevar a los Boer por el camino de las buenas y educadas costumbres británicas, ejerciendo de paso la adecuada presión sobre los zulúes para reorientarlos por los caminos de la del vasallaje a los británicos.
Dispuesto a conseguir el éxito en ambos campos, quizás tentado/presionado por intereses económicos que mencionaban la posibilidad de yacimientos de oro y diamantes en Zululand, el gobernador anexionó la república Boer incluyendo los territorios del Blod River en conflicto, buscando la fidelidad accidental de los Boers, mientras ejercía una creciente presión sobre Cesthwayo buscando su acatamiento de las leyes británicas. En realidad, para sir Bartle Frere, los Boers era una molestia menor. Su verdadera preocupación era el disciplinado ejército zulú, que según diversas informaciones, se cifraba en torno a los 50.000 efectivos, animados por una tradición expansionista y dirigidos por un rey que bebía los vientos por ser un segundo Shaka.
Para el gobernador, este era el peligro, no los aproximadamente 5.000 recalcitrantes soldados Boers, que a fin de cuentas se regían por conceptos europeos, con los cuales, a pesar de las dificultades, siempre se podría legar a un acuerdo por la afinidad cultural occidental.
Se abrió entonces la senda de la prevaricación. Bartle Frere mantuvo los resultados de la Comisión en secreto, presionando a Cesthwayo para su reconversión en obediente vasallo británico.
Entretanto, los asuntos internos zulúes convergieron para crear la tensión definitiva. Por aquellos días, se produjo una de las consuetudinarias peleas entre miembros de regimientos zulúes para demostrar su valentía, dentro de la levantisca tradición de los jóvenes en el seno de los regimientos. El final del conflicto fue la justicia sumaria de Cesthwayo, ejecutando a unas docenas de estos levantiscos según el tradicional derecho penal zulú. Esta cuestión de política interna fue aprovechada por el gobernador para orquestar la última presión sobre el rey zulú. A través de Sir HENRY Bulwer, sub´gobernador de Natal, se le recordó que era rey por el consentimiento tácito de la Graciosa Majestad Imperial británica, con todo lo que ello conllevaba. Entre otras cosas, un comportamiento adecuado a las leyes británicas, que se le podía exigir a un rey vasallo. Mal comienzo para un suspicaz rey zulú consciente de su pasado histórico y de la idiosincrasia guerrera y orgullosa de su pueblo. La respuesta fue acorde con esta tradición:
"Por qué el Gobernador de Natal me habla sobre mis leyes? Voy yo a Natal a dictarle sus leyes? Aunque quiero ser amigo de los ingleses, no acepto que mi pueblo sea gobernado por leyes enviadas por ellos".
En los meses siguientes quedó demostrado que las situaciones tensas siempre pueden empeorar. En julio de 1878, dos esposas de un jefe zulú menor, Sihayo, a la sazón convertidas al cristianismo, huyeron del reino al ser descubiertas en pecado de adulterio. A maypr complicación, la huida fue con sus amantes, hurtando a la justicia zulú el gratificante ejercicio del escarmiento ejemplar. La persecución de los culpables, en torno a los 24 individuos traspaso las fronteras de Zululand, siendo apresados en Natal, territorio británico. A continuación, se ejerció la sumaria justicia zulú con la consabida ejecución sumaria de los culpables.
Loa británicos pusieron el grito en el cielo, a pesar de que no existía tratado de extradición ni nada que se le pareciese. Se conmino a Cesthwayo a que entregase a los homicidas para que fuesen juzgados por la justicia británica. Para Cesthwayo la petición era un disparate, pues había sido juzgados por leyes zulúes, en territorio Zulú, y la justicia había sido aplicado por zulúes. Punto y final.
La supuesta valoración del escándalo humanitario que podría suponer para británicos y Boers la suerte de los ejecutados zulúes por un affaire sentimental es adentrarse por los caminos de una esperpéntica hilaridad. Lo verdaderamente esencial para las autoridades de El Cabo y Natal era la instrumentalizacion que podía realizarse del incidente fronterizo y del rifirrafe sentimental, ejecuciones incluidas.
En la primera quincena de diciembre de 1878, se comunicó a los emisarios zulúes el resultado de los informes de la Comisión. Las conclusiones no podían ser mas sangrantes para el orgullo zulú y la justicia en general. Se fallaba a favor de los zulúes, pero estos deberían indemnizar a los ilegales Boers que se marchasen. Los que decidieran quedarse, ilegalidad aparte, quedarían bajo la protección de la Corona británica, lo que venia a suponer que podían campar a sus anchas ante las barbas de los zulúes, convirtiéndose de echo en una quinta columna blanca de información para ulteriores acciones en Zululand. Por si fuera poco, en el asunto de las ejecuciones, se conminaba perentoriamente a que en el plazo de veinte días se entregase a los responsables para ser juzgados por las leyes británicas. Para redondear el clima de amistad y entendimiento dimanante de la resolución, debería abonarse una multa por el cruce ilegal de la frontera. Satisfechos consigo mismos, se advertía a Cesthwayo, a partir de un plazo estimado de treinta días, todo tipo de ejecución sumaria, según las leyes zulúes, debería ser suspendida, debiendo entender los zulúes a partir de ahora, que las mujeres zulúes podrían casarse con quienes quisieran no necesitando permiso real. Seguía a esta exigencia todo un nuevo conjunto de disposiciones que debería cumplir el monarca, entre las que se incluían la libertad de movimientos de misioneras blancos y sus fieles conversos; las disposiciones legales zulúes deberían contar a partir de ahora con el visto bueno de un subgobernador que se instalaría en Zululand, arbitrando cualquier disputa entre zulúes y blancos de común acuerdo con el monarca.
Resumiendo, de aceptar las exigencias británicas, Cesthwayo se convertiría en un monarca hindú y su reino en un protectorado británico sin más. La experiencia colonial de sir Bartle Frere salía a la luz en su más esplendorosa versión.
Para Cesthwayo, en modo alguno dispuesto a convertirse en un maharajá negro, las peticiones eran una declaración de guerra y para ello si estaba dispuesto. No obstante, buscó un último entendimiento, declarándose dispuesto a entregar el ganado que se pedía como indemnización y a los asesinos de las mujeres en un plazo de veinte días. Y aquí salió a la luz la verdadera intención de los autoridades coloniales, prefiriendo una guerra victoriosa que ya estaba en marcha a un plazo de veinte días. Evidentemente, Cesthwayo fue consciente de ello no respondiendo al ultimátum.
En Londres, se conoció finalmente el embrollo sudafricano. El Secretario Colonial, sir Michael Hicks Beach exigió perentoriamente el inicio de cualquier operación militar sobre Zululand, pidiendo detalladas explicaciones a sir Bartle Frere de sus actuaciones. Como quiñen oye llover.
La distancia jugo a favor de la “independiente toma de decisiones de las autoridades coloniales”. Cuando llegaron este conjunto de órdenes, el ejército colonial estaba en marcha. Mientras el Secretario Colonial había recibido las informaciones de lo que estaba sucediendo en Natal, el 2 de Enero de 1879, y se disponía a mandar las citadas instrucciones, el 11 las tropas al mando de Lord Chelmsford cruzaban la frontera zulú.
En estos momentos se calcula que Cesthwayo contaba en torno a los 40.000 guerreros listos para entrar en combate, agrupados en 33 de regimientos, con una edad de sus combatientes entre los 20 y 40 años.
Prototipos de una sociedad que había echo de la guerra su leit motiv tradicional, el guerrero zulú llevaba intrínsecamente gravada en su personalidad la agresividad. La jefatura militar estaba íntimamente ligada al respeto y la jerarquía social y real. La belicosa agresividad del sistema les llevaba a los regimientos a enfrentarse entre sí en época de paz pues la ociosidad es mala consejera.
Por otra parte la jerarquía militar zulú estaba perfectamente estructurada. El mando supremo recaía en el rey, o en caso de su ausencia, en el induana ekulu o comandante de campo, que tenía potestad, cual imperium romano, para levantar las compañías y seleccionar los capitanes de su agrado. Estos capitanes solían ser hombres veteranos que a veces cumplían la función de enlaces con el "alto mando" y la tropa.
El armamento zulú consistía en un amplio escudo de madera forrado con piel de vacuno, denominado insimba, completado con dos lanzas arrojadizas, otra de combate cuerpo a cuerpo rematada en punta metálica de unos diez centímetros denominada iklwa y una maza de madera endurecida, rematada en punta redonda.
Las edades de los guerreros zulúes estaban comprendidas entre los 20 y los 40 años.
En conjunto, el ejército zulú por aquellas fechas contaba con unos 40.000 guerreros a la espera de la respuesta británica. Esta no tardó en llegar.
El 12 de enero de 1879, la maquinaria de guerra colonial se ponía en marcha. A pesar de iniciar la marcha en territorio zulú divididas en varias columnas, el esfuerzo principal del mando británico radicaba en la columna de Lord Chelmsford que debería dirigirse en línea recta sobre el kraal de Ulundi, corte de Cesthwayo. Sin embargo, el menosprecio hacia tropas con un nivel neolítico y la conciencia de superioridad victoriana que mantenían los británicos en aquél tiempo habría de resultar fatal para estas operaciones.
Dividiendo sus tropas, Chelmsford marchó sobre Ulundi, dejando un apreciable contingente en Isandlwana, a modo de campamento temporal. Aquí, mientras Chelmsford se adentraba en territorio zulú, fueron sorprendidos los en torno a 1.300 efectivos coloniales por 20.000 zulúes. El resultado fue una derrota sin justificación ni paliativos. Chelmsford incumplido una de las máximas más antiguas del arte de la guerra: no dividir las fuerzas en territorio enemigo sin conocer la posición y la envergadura de estas. Pero Chelmsford lo hizo. Quizás convencido que el arte de la guerra no podía aplicarse a salvajes neolíticos semidesnudos. Los zulúes, obviamente, eran de otra opinión.
La debacle de Isandlwana le costo al ejercito británico en torno a los 822 soldados de infantería de línea junto a unos 472 efectivos de africanos, entre nativos y auxiliares boers.
La derrota de Isandlwana levanto un clamor de criticas sobre las acciones de los gobernadores coloniales. Hubo análisis comparativos entre estos y las acciones rapaces de los procónsules romanos. A pesar de la campaña de prensa y la crisis interna de la política británica, poco cambio para los zulúes. Los británicos capturaron al rey Cetshwayo en agosto de 1879, y la guerra, a todos los intentos y propósitos, se había terminado.
A principios de septiembre, poco después de su regreso de Sudáfrica, Lord Chelmsford fue recibido en audiencia por la Reina. Gran parte de la conversación con la soberana giro en una auténtica profesión de inocencia por parte del comandante británico. Ella registró la conversación en su diario:
"Lord. Chelmsford, dijo, sin duda, (que) los pobres Col. Durnford había desobedecido las órdenes, al dejar el campo como lo hizo ... Lord. Chelmsford no sabía nada, nunca Col. Durnford envió ningún mensaje para decir que estaba en peligro ... Una cosa es clara para mí: a saber, que no era su culpa, sino la de los demás, que esta sorpresa en Sandlwana tuvo lugar ... Le dije a Lord. Chelmsford (que) había sido acusado por muchos, e incluso por el Gobierno, por el comienzo de la guerra sin causa suficiente. Me respondió que creía haber sido inevitable, que si no hubiéramos hecho la guerra cuando lo hicimos, temían que ser atacados y posiblemente dominados.
La mayoría de lo que Chelmsford dijo a la reina era una sarta de mentiras. Durnford no desobedeció orden alguna las órdenes. Y Chelmsford había ignorado, al menos dos advertencias en el sentido del campamento "estaba en peligro". Además, la guerra no era uno de legítima defensa, sino de conquista. La Reina Victoria, sin embargo, no alcanzó a ver la verdad.
Pero mientras los zulúes desaparecían de la historia como orgullosa nación independiente, un hombre había prosperado - Lord Chelmsford. Los honores Reina llovieron sobre él, ascendiendo a general, concediéndole el Stick de Oro en la corte y el nombramiento de teniente de la Torre de Londres. Murió en 1905, a la edad de 78 años, jugando al billar en su club.
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